09 noviembre, 2006

De cuán peligrosa cosa es el navegar, y de muchos Filósofos que nunca navegaron.



De cuán peligrosa cosa es el navegar, y de muchos Filósofos que nunca navegaron.
Si a Isidoro en sus Etimologías creemos, los Lidos fueron los primeros que inventaron el arte de navegar, los cuales no alcanzaron más de juntar unas vigas con otras, y después de bien clavadas, y calafeteadas, entraban en ellas a pescar en la mar, no se alejando mucho de la tierra. Después de los Lidos, los Sidonios fueron los primeros que inventaron unas canavallas de mimbres, y de cueros y de cañas, y betún, en las cuales no sólo entraban a pescar, mas aun se atrevían algún poco a navegar. Muchos tiempos después de esto, vinieron los de la Isla de Corontas e inventaron hacer barcas medianas, y aun algunos navíos pequeños de palo solo, sin que entreviniese en ellos mimbres, ni cueros. Todos los historiadores concuerdan, en que muy poco antes de la batalla Maratona, Epaminondas el Griego acabó de poner en perfección la manera de navegar, y la forma de hacer los navíos: porque en el belo Peloponense, se halló ya el muy nombrado Capitán Brias, con naos, y carracas, y galeras. Sea lo que fuere, invéntelo quien lo inventare, que muchas veces me paro a pensar, cuán aborrecido debía de estar el primer hombre, que estando bien seguro en la tierra, se cometió a los grandes peligros de la mar: pues no hay navegación tan segura, en la cual entre la muerte, y la vida haya más de una tabla. A mi parecer sobra de codicia, y falta de cordura inventaron el arte de navegar; pues vemos por experiencia, que para los hombres que son poco bulliciosos, y menos codiciosos, no hay tierra en el mundo tan mísera, en la cual les falte lo necesario para la vida humana. En este se ve cuán más bestial es el hombre que todas las bestias, pues todos los animales huyen, no por más de por huir la muerte, y sólo el hombre navega en muy gran perjuicio de la vida. ¿Mas dime tú oh mareante, si para la salvación de la vida hay en la mar cosa segura? ¿Qué no es contrario en la tierra, que no nos lo sea mucho más en la mar. Es nos contrario en la tierra el hambre, frío, sed, calor, fuego, fiebres, dolores, enemigos, tristezas, desdichas, y enojos, las cuales cosas todas padecen dobladas los que navegan por la mar, y más, y allende de esto, navegan los tristes a merced del viento que no los trastorne, y de la espantable agua no los ahogue. Ni miento, ni me arrepiento de lo que digo, y es, que si no hubiese en los corazones de los hombres codicia, no habría sobre las mares flota: porque esta es la que les altera los corazones, los saca de sus casas, les da vanas esperanzas, les pone nuevas fuerzas, los destierra de sus patrias, les hace torres de viento, los priva de su quietud, los ajena de su juicio, y los lleva vendidos a la mar, y aun los hace mil pedazos en las rocas. Decía el Filósofo Aristón, que dos veces moría, el que en la mar moría, es a saber, que primero se anegaba el corazón en la codicia, y después se ahogaba el cuerpo en el agua. Sentencia por cierto es esta digna de saber, y muy digna de a la memoria encomendar, pues no crió Dios nuestro Señor al hombre para que morase en los piélagos, sino para que poblase los cielos. El Cónsul Fabato en sesenta años que vivió, nunca de su Ciudad de Regio pasó a ver la ciudad de Mesana, hasta la cual no había, sino nueve millas por agua, y preguntado en el caso, dijo: Es loco el navío, pues siempre se mueve, es loco el marinero, pues nunca está de un parecer, es loca el agua, pues nunca está queda, y es loco el aire que siempre corre; y pues esto es así verdad, si huimos de un loco en la tierra, ¿cómo queréis que fie yo mi vida de cuatro locos en la mar? De claro ingenio, de hombre experimentado, de Filósofo sabio, y de varón muy cuerdo fue la respuesta del Cónsul Fabato: porque si profundamente se mira la importunidad del aire, la hinchazón del agua, la inconstancia del navío, el trabajo de los marineros, y lo que pasan los pasajeros: así Dios a mí me salve y así él nunca más a la mar me torne, si a todos los que por su voluntad andan en los navíos, no los podían atar por locos. ¿Qué tiene de cordura el que vive en la galera? ¿Qué cosa más justa puedes tú cantar en la galera, que es aquel responso de finados, que dice: Memento mei Deus, quia ventus est vita mea. ¿Por ventura no es viento tu vida, pues en la galera su principal oficio es hablar del viento, mirar del viento, desear el viento, esperar el viento, huir del viento, o navegar con el viento? ¿Por ventura no es viento tu vida, en que si es contrario, no puedes navegar, si es largo y recio, has de amainar, si es escaso, has de remar, si es travesía, has de huir, si es de tierra, no le has de creer? De manera, que no será levantar falso testimonio, decir uno: Andad para viento pues vivís con el viento. No hay hombre en la tierra por pobre que sea, que en una gran necesidad no tenga dineros con que se redima, o hijos de que se sirva, o amigos a quien llame o parientes a quien se encomiende, o valedores con quien se ampare, o vecinos de quien se confíe, sino es el desventurado que anda en la galera, el cual tiene puesta su vida en el parecer de un Piloto loco, y de un viento contrario. Plutarco cuenta del Filósofo Atalo, que como morase en la Ciudad de Esparta, y pasase un río grande por medio de ella, nunca quiso pasar a la otra mitad de la Ciudad en toda su vida, diciendo que el aire se hizo para las aves, la tierra para los hombres, y el agua para los peces: Dicen que decía muchas veces burlando este Filósofo: Cuando yo viere a los peces caminar por la tierra, entonces iré yo a navegar por la mar. Alcimeno el Filósofo vivió noventa años entre los Epirotas, al cual como le dejase por heredero un pariente suyo, nunca quiso aceptar la herencia, ni ir a ver la heredad, y esto no por más, de no por pasar el río Maratón que estaba en medio, diciendo que era maldita la herencia que se había de traer por agua: Marco Porcio el Censorino, estando al punto de la muerte, dijo, que en no más de tres cosas había ofendido a los Dioses en su vida, es a saber, en que se le pasó un día sin hacer algún bien en la República, en que descubrió un secreto a una mujer, y en que pudiendo caminar por tierra, navegó un poco por la mar. Cropilo el Filósofo (discípulo que fue de Platón) mandó cerrar las ventanas de las casas, que había heredado de su padre, las cuales caían sobre la mar, y preguntado de muchos, porqué lo hacía, respondió: Por no ver la mar, y porque no me tomase deseo de entrar en ella, mandó cerrar las ventanas de mi casa: porque muchas veces oí decir a mi maestro Platón, que el navegar por la mar, más era ejercicio de locos, que oficio de Filósofos. Tito Livio dice, que el su pueblo Romano, cuán bien fortunado fue por la tierra, tan infeliz, y desdichado fue por la mar: a cuya causa nunca los Romanos antiguos consintieron que se hiciesen galeras, ni se juntase flota desde el tiempo del buen Camilo, hasta que nació el gran Escipión. Cuanto el Senado determinó de enviar a conquistar a Asia, y mandó para este efecto al Cónsul Geneo Fabricio hacer una superba flota, dijo allí a grandes voces el Cónsul Fabio Torcato: A los hombres que me ven, y a los Dioses que me oyen invoco, que no soy en este consejo, es a saber, que la fama, y la gloria que ha ganado nuestra madre Roma en la tierra, la cometáis ahora a las bravas ondas de la mar: porque pelear con los hombres es fortuna, mas tomarse con los vientos es locura. Luego bien dicen la palabras de mi tema, que la vida de la galera déla Dios a quien la quiera.

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